Homicidio

Este vocablo de origen latín se usa para representar un delito, que es tal, pues en cada país se establecen severas sanciones para penalizarlo, dada la gravedad del mismo.
Esta falta a la salud de la sociedad es opuesta a la vida, debido a que conduce al fallecimiento abrupto y provocado de una persona.
En ese sentido, se denomina homicida a aquel individuo que consuma un homicidio, quien también se ubica en los primeros peldaños de la escala criminal.
Para el establecimiento de la pena que debe pagar un homicida se toman en cuenta varias variables, por ejemplo, las causas que lo motivaron a quitarle la vida a un semejante y el tipo de vínculo que mantenía con el occiso.
También existen condiciones atenuantes del hecho, las cuales se toman en cuenta durante el desarrollo del juicio al que debe ser sometida la persona sobre la que recaiga la sospecha de haber cometido un homicidio. La reincidencia en este delito es uno de esos atenuantes, es decir, le da valor agregado a la gravedad del suceso.
La principal distinción entre homicidio y suicidio es que en el primero de los casos siempre debe estar involucrada por lo menos una persona adicional al fallecido, mientras que en el segundo es el infortunado quien voluntariamente se causa a sí mismo.

Existen tipos de homicidios: los dolosos, preterintencionales y culposos. Los asesinatos de carácter doloso se diferencian de los culposos porque el primero se ejecuta de forma intencional, al tiempo que el segundo se comete por negligencia, característica que no exime de la culpa al homicida, aunque sí merece una penalización menos rígida. Por otro lado, en los homicidios preterintencionales aquellos que los cometen no tenían intención de matar a alguien, pero si de causarle algún daño, pudiendo salirse de su control la situación inicial, hasta generar la muerte de su víctima.