La palabra pecado tiene su procedencia en el latín peccātum y se refiere a la transgresión que se realiza de manera voluntaria de una pauta socialmente aceptada como buena.
Históricamente hablando vale destacar que los griegos utilizaban la palabra hamartia para referirse al pecado, vocablo cuya traducción literal queda establecida como un “fallo de la meta o no acertar el blanco”.
Mientras que en hebreo la palabra que por tradición denotaba el pecado era jatta’th, la cual también se utilizaba para significar un error.
Se debe explicar que la definición religiosa que todavía se mantiene vigente en torno al pecado, lo coloca como un delito de índole moral, debido a que representa el irrespeto, ya sea voluntario o no, a una regla establecida por la religión.
En ese sentido y debido a que existe un sinnúmero de preceptos que pueden ser ubicados en esa categoría, también hay una cantidad innumerable de pecados, a los cuales se les atribuye un castigo que varía según las diferentes creencias de carácter religioso que actualmente se siguen en el mundo.
De esa manera, hay estados confesionales que poseen una “religión oficial”, las cuales contemplan sanciones que se aplican a quienes pecan, entre las que se cuentan entre la privativa de libertad y hasta la muerte.
Haciendo referencia a la tradición judeocristiana, se entiende como pecado a la separación del ser humano de los designios divinos.
Según el Antiguo Testamento, la voluntad de Dios quedó establecida en su Ley, en cuyo contenido se encuentra el conjunto de normas que le fueron asignadas al pueblo de Israel por medio de las Sagradas Escrituras.
Por otro lado, a decir de las revelaciones del Nuevo Testamento y lo promovido por la Iglesia, el hombre tiene una propensión natural al pecado, heredada del primer irrespeto hecho por Adán a las reglas de Dios.