“Rococó” es el nombre que recibe un movimiento artístico típico del siglo XVIII; nacido en Francia, buscaba representar escenas de la vida cotidiana, haciendo uso de formas sacadas de la naturaleza y tonos claros, en combinación con matices románticos y eróticos. Se la ha definido como una expresión “individualista, mundana y cortesana”, es decir, se centra en temas agradables y refinados, que carecen de influencias religiosas. Con él se marcaría el fin del estilo barroco, dejando de lados los excesos y recreando, pues, escenas de felicidad, festividad, con rasgos pertenecientes a la aristocracia y la burguesía.
El término fue acuñado, como una broma, por Pierre-Maurice Quays, alumno de Jacques-Louis David, un pintor francés de influencia neoclásica, mediante la unión de «rocaille» (término relacionado con las formas de las piedras y la naturaleza en general) y «barroque» (barroco); en primera instancia, este se utilizaba con un sentido peyorativo, pero con la llegada del siglo XIX, se admitió su uso dentro de la terminología perteneciente a la historia del arte. Este gozó de popularidad entre las clases acomodadas de París, por acción de la amante del Rey Luis XV, la marquesa de Pompadour Jeanne Antoinette Poisson; además de publicaciones constantes y obras de reconocidos artísticas de la época que fueron cruciales para la extensión del movimiento. Este se fue desarrollando de forma progresiva durante 1730 y 1760.
Con personajes como Voltaire y Jacques-François Blondel argumentando que el arte contemporáneo se había convertido en la “representación de la superficialidad”, el rococó pierde popularidad en Francia, siendo reemplazado por el clasicismo, impulsado por Jacques-Louis David. Sin embargo, este se mantuvo vigente en Italia hasta la segunda fase del neoclasicismo, cuando arribó el “estilo imperio”.